jueves, 13 de diciembre de 2012

Quememos a las brujas

Las turbas furiosas han vuelto a ponerse de moda. Hoy en día no eres nadie si no llevas una dilatación en algún colgajo de piel de tu cuerpo o si no perteneces a una turba. Alegremente salimos a la calle a jalear, cabreados como micos, activos todos como el bífidus. A veces la turba se descompensa y se rompe algo, pero coño, somos una turba. La Plaza del Sol se inunda día sí, día también de gente turbada en una turba que odia la turbación del momento entre otras cosas. 
Y no es para menos. Desde luego, la cosa está para quejarse, nos han puesto al límite. El problema es que yo nunca he sido mucho de modas y, aun conociendo los numerosos estudios que aseguran que vocear descontroladamente por la calle aumenta el tamaño del pene y/o clítoris, no soy demasiado partidario de descargar mi ira acerca de cosas que de verdad la merecen. Creo que esa ira es productiva, y debería tener una salida productiva. Quejarse no sirve de nada cuando uno se da cuenta de que no le hacen ni puto caso. Mi recomendación para el susodicho crecimiento de pene/clítoris al vocear por la calle es ponerse un gorro extraño, salir a la calle y gritar incongruencias. Lo hago mucho. La palabra lunático nunca tuvo connotaciones negativas para mí.
Pero si os empeñáis en seguir con la modita de la turba, decisión completamente respetable, más os valdría compraros gorros de colonos y antorchas. Empezad a quemar a vuestras brujas de una puta vez, porque las turbas están empezando a cansar y se van a pasar de moda pronto. Y entonces, las nuevas turbas os harán objeto de su furia a vosotros. Y os arrancarán los pezones a pellizcos de monja. De eso me encargaré yo personalmente.

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