jueves, 13 de diciembre de 2012

El calcetín sagrado

Era una noche soleada y primorosa, llena de pájaros cantandos y estertores de moribundos. Martin Luther Quince, un niño de seis años con un lustroso bigote, había sido mandado a la cama por sus padres, pero no conseguía conciliar el sueño. Abrazado a su lenguado mascota, Profiláctico, trataba de pensar una historia alegre que le indujese el sueño, pero ninguna le venía a la cabeza.
El porro de buenas noches que su madre le había preparado con cariño no le había hecho demasiado efecto. "Esa perra habrá confundido otra vez la Sativa con la Indica" pensó Martin, sulfurado "Debería partirle los dientes por descerebrada". Por primera vez en su vida, deseó ser un adolescente granudo para descargar sus testículos con una buena paja que le condujese directo al reino de Morfeo. Todos sabemos como le gustan a Morfeo los adolescentes y sus pajas nocturnas.
"Ser niño es una puta mierda" pensaba Martin. "No me han bajado los testículos, hablo con voz de marica, no puedo comprar buen whisky y encima a las niñas de mi clase no le han salido las tetas". Martin hablaba desde el despecho. Ansiaba descubrir el tacto de ese punto erógeno que son las domingas. Imaginaba a las pequeñas muchachas de su clase dotadas de poderosas ubres que se bamboleaban al son de la canción de la comba. Así, poco a poco, Martin se fue durmiendo, pensando en lo maravilloso que sería un mundo de tetas. Sin embargo, Martin descubrirá cuando sea mayor que se equivocaba y que las tetas no son para tanto. Toda persona adulta y sana sabe perfectamente la zona más erótica de la mujer es el juanete. Mientras más duro y abultado, mejor que mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario