lunes, 19 de marzo de 2012

Arqueología Anal

Montaba yo uno de esos autobuses inter-provinciales tan nuestros para atender graves asuntos que requerían mi inestimable presencia cuando me vi atacado por un fuerte escozor cutáneo. Mi ano se contrajo en una dolorosa mueca en la que los pliegues se superponían unos a otros, enrollando con su sensual bailoteo los largos y poderosos pelos que los pueblan. Una primera rascada de carbonera rebeló que tal molestia no se debía a una deficiencia higiénica.
Contrariado, observé como el picor bajaba por mis piernas y aparecía con especial saña en mis brazos, donde parecía que EEUU estuviese buscando petróleo con ese ahínco capitalista tan sexy que los ha llevado a ser la nación con mayor índice de obesidad infantil del mundo. Incomodado por la situación en la que me encontraba, me revolví en mi asiento liberando así una nube de polvo que parecía tener la misión de colonizar mis ojos con erótico resultado.
Con los ojos llorosos, una especie de orgullo historio-gráfico acompañó al descubrimiento de la causa de aquel picor que me recorría despreocupadamente la dermis. Años y años de historia en forma de polvo se habían acumulado en aquellos sillones forrados de un sucedáneo de terciopelo construidos a base de petróleo y electricidad estática. Un yacimiento arqueológico yacía (que es lo que suelen hacer los yacimientos) debajo de mi ojete, al tiempo que todo mi cuerpo se extremecía por ese contacto tan agresivo que es la acumulación de lustros de escamas de piel de gente anónima. Igual os digo, que por la sensación, la puta gente anónima debía tener gas mostaza en vez de una epidermis como las personas honradas y corrientes.

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