miércoles, 4 de julio de 2012

Homosexualidad, mariconeo y fitofilia

El ser humano es sumamente irritante. Es una característica inherente a él, no puede remediarlo. Es pesado, arrogante y debilucho. Si lo pensamos bien, dentro del reino animal seríamos como ese maldito pardillo flacucho que piensa que su capacidad para recordar todos los combos del Teken debería ser considerada maravilla de la humanidad y que se vanagloria de su poderosa inteligencia, autocompadeciéndose por vivir rodeado de primates. Una verdadera lástima. 
En la mayoría de los casos, no nos damos cuenta de lo irritantes y absurdos que somos. Excepto, claro, en las cosas que no tienen absolutamente ninguna importancia. Somos una especie que ha hecho las cosas más impresionantes y las más aborrecibles, que hemos llegado a tocar los extremos. Por el amor de José Coronado, hemos tenido a Freddie Mercury y a Justin Bieber. Y en vez de paliar todos los errores y atrocidades que cometemos, nos concentramos en las mayores nimiedades, aquellos errores que no son errores, sino simples diferencias. Y nos peleamos a cuchillo. Religión, nacionalismo... y la mejor mierda de todas: sexualidad.
No entiendo cual es el problema de que dos personas se enhebren el culo mutuamente o lo que haga falta. Qué cojones importará donde metamos el cimborrio, siempre y cuando receptor y emisor estén de acuerdo y contentos con el resultado (ojo, contentos, no satisfechos. La satisfacción en el coito es un objetivo más difícil de lo que parece). Pero no, claro, nos jactamos de nuestra rectitud, nuestra moral que controla cada parte de nuestra vida y la iguala a los que vivieron hace miles de años. Para algunos la evolución no significa nada, pero que coño, eso ya lo sabíamos.

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