viernes, 4 de mayo de 2012

Las maldiciones del humanista II

De vez en cuando, a causa de mi condición de humanista, me encuentro a mí mismo ilusionándome por aquellas cosas que acostumbraban a hacer las delicias de nuestros profesores más viejos, chochos y majaras. Del día a la noche, me descubro a mí mismo ( no sin horror) apuntando con mi pegajoso y grueso dedo índice mientras exclamo cosas como "¡Oh dios mío, un beato del siglo VIII!", "¡Oh, no me lo puedo creer, un kleenex con la última gayola de napoleón!" y la mejor de todas: "¡Que me aspen si eso no es un manuscrito donde Baroja describe como preparar un Colacao con 4 kilos de jamón york y una botella de whisky!".
Como aquella señora decrépita que trataba con pobre resultado ilusionarnos acerca de las visicitudes históricas, literarias o todas esas ingratas materias, la ilusión recorre mi colon cuando me encuentro con una rareza de esta calaña. Y me aterroriza comenzar a entender a esa pobre señora que parecía sufrir un éxtasis orgásmico al tratar un tema tan trepidante como la peste negra.
Yo, que siempre había tratado estos temas con el mismo escepticismo que ilusión, haciendo de mi estudio una enorme broma mediante métodos como buscar inverosímiles parecidos entre personajes históricos y melanomas malignos en las piernas de ancianos, me pregunto si toda esa gente esperaba que, una inenarrable cantidad de tiempo después de su penosa muerte, una serie de perturbados diesen saltitos y palmaditas de emoción al ver sus desechos mentales. Y justo después me pregunto: ¿No se parece este melanoma a Wiston Churchill?

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